EL
ENSAYO
¿Qué es? Un ensayo es un
tipo de escritura que expone una serie de argumentos y reflexiones sobre un
tema concreto de gran interés para el autor.
¿Por qué es importante?
Le permite al que escribe manifestar sus ideas y opiniones sin tener que
preocuparse por utilizar una estructura rígida predefinida ni tener que
documentar exhaustivamente lo que cuenta.
Los ensayos pueden ser
argumentativos, críticos o expositivos, se sugiere el primer concepto a efectos
de hacer un mejor seguimiento.
Hay una serie de pasos antes de iniciar un
ensayo. Son los siguientes:
1.
Lo primero es tener muy claro el tema
que queremos exponer.
2.
Apunta todas las ideas que vas a utilizar
en tu ensayo
3.
Criba: Lee las ideas que anotaste y
reflexiona sobre ellas, porque no todas tienen la misma importancia.
4.
Conocimiento. De todas las apuntadas ¿sobre
cuál dirías que tienes un mayor conocimiento e información?
5.
Investigación. Es pieza clave en tu
ensayo
6.
A partir de este momento se puede
empezar a escribir tu ensayo.
La forma
de escribir. En un ensayo argumentativo se expondrá una tesis en la
introducción que trataremos de defender a lo largo de todo el desarrollo con
opciones objetivas y subjetivas.
Se debe exponer el tema de una forma
que se consiga captar la atención del lector y éste sienta ganas de seguir
leyéndote hasta el final. En esta primera parte deberás mostrar no solo el tema,
sino también tu postura sobre el mismo.
Una vez has captada la atención del
lector con una idea de interés, el siguiente paso será argumentar y plantear
determinadas cuestiones relacionadas, basándote en otras fuentes que pueden
ser: libros, revistas, entrevistas, medios digitales.
En el caso del ensayo
argumentativo, tocará en el desarrollo, defender la tesis inicial basándonos en
nuestras opiniones y experiencias, así como en otras afines, desmontando
argumentos contrarios.
La última parte es una
conclusión breve.
EJEMPLO DE ENSAYO
El genio es excelente por su moral, o no es genio. Pero su moralidad no
puede medirse con preceptos corrientes en los catecismos; nadie mediría la
altura del Himalaya con cintas métricas de bolsillo. La conducta del genio es
inflexible respecto de sus ideales. Si busca la Verdad, todo lo sacrifica a
ella. Si la Belleza, nada le desvía. Si el Bien, va recto y seguro por sobre
todas las tentaciones. Y si es un genio universal, poliédrico, lo verdadero, lo
bello y lo bueno se unifican en su ética ejemplar, que es un culto simultáneo
por todas las excelencias, por todas las idealidades. Como fue en Leonardo y en
Goethe.
Por eso es raro.
Excluye toda inconsecuencia respecto del ideal: la moralidad para consigo mismo
es la negación del genio. Por ella se descubren los desequilibrados, los
exitistas y los simuladores. El genio ignora las artes del escalamiento y las
industrias de la prosperidad material. En la ciencia busca la verdad, tal como
la concibe; ese afán le basta para vivir. Nunca tiene alma de funcionario.
Sobrelleva, sin vender sus libros a los Gobiernos, sin vivir de favores ni de
prebendas, ignorando esa técnica de los falsos genios oficiales que simulan el
mérito para medrar a la sombra del Estado. Vive como es, buscando la Verdad y
decidido a no torcer un milésimo de ella. El que pueda domesticar sus
convicciones no es, no puede ser, nunca, absolutamente, un hombre genial.
Ni lo es tampoco el
que concibe un bien y no lo practica. Sin unidad moral no hay genio. El que
predica la verdad y transige con la mentira, el que predica la justicia y no es
justo, el que predica la piedad y es cruel, el que predica la lealtad y
traiciona, el que predica el patriotismo y lo explota, el que predica el
carácter y es servil, el que predica la dignidad y se arrastra, todo el que usa
dobleces, intrigas, humillaciones, esos mil instrumentos incompatibles con la
visión de un ideal, ése no es genio, está fuera de la santidad: su voz se apaga
sin eco, no repercute en el tiempo, como si resonara en el vacío.
El portador de un ideal
va por caminos rectos, sin reparar que sean ásperos y abruptos. No transige
nunca movido por vil interés; repudia el mal cuando concibe el bien; ignora la
duplicidad; ama en la Patria a todos sus conciudadanos y siente vibrar en la
propia el alma de toda la Humanidad; tiene sinceridades que dan escalofríos a
los hipócritas de su tiempo y dice la verdad en tal personal estilo que sólo
puede ser palabra suya; tolera en los demás errores sinceros, recordando los
propios; se encrespa ante las bajezas, pronunciando palabras que tienen ritmos
de apocalipsis y eficacia de catapulta; cree en sí mismo y en sus ideales, sin
pactar con los prejuicios y los dogmas de cuántos le acosan con furor, de todos
los costados. Tal es la culminante moralidad del genio. Cultiva en grado sumo
las más altas virtudes, sin preocuparse de carpir en la selva magnífica las
malezas que concentran la preocupación de los espíritus vulgares.
Los genios amplían su
sensibilidad en la proporción que elevan su inteligencia; pueden subordinar los
pequeños sentimientos a los grandes, los cercanos a los remotos, los concretos
a los abstractos. Entonces los hombres de miras estrechas los suponen
desamorizados, apáticos, escépticos. Y se equivocan. Sienten, mejor que todos,
lo humano. El mediocre limita su horizonte afectivo a sí mismo, a su familia, a
su camarilla, a su facción; pero no sabe extenderlo hasta la Verdad o la
Humanidad, que sólo pueden apasionar al genio. Muchos hombres darían su vida
por defender a su secta; son raros los que se han inmolado conscientemente por
una doctrina o por un ideal.
La fe es la fuerza del
genio. Para imantar a una era necesita amar su Ideal y transformarlo en pasión;
“Golpea tu corazón, que en él está tu genio”, escribió Stuart Mill, antes que
Nietzsche. La intensa cultura no entibia a los visionarios: su vida entera es
una fe en acción. Saben que los caminos más escarpados llevan más alto. Nada
emprenden que no estén decididos a concluir. Las resistencias son espolazos que
los incitan a perseverar; aunque nubarrones de escepticismo ensombrezcan su
cielo, son, en definitiva, optimistas y creyentes: cuando sonríen, fácilmente
se adivina el ascua crepitante bajo su ironía. Mientras el hombre sin ideales
ríndese en la primera escaramuza, el genio se apodera del obstáculo, lo
provoca, lo cultiva, como si en él pusiera su orgullo y su gloria: con igual
vehemencia la llama acosa al objeto que la obstruye, hasta encenderlo, para
agrandarse a sí misma.
La fe es la antítesis
del fanatismo. La firmeza del genio es una suprema dignidad del propio Ideal;
la falta de creencias sólidamente cimentadas convierte al mediocre en fanático.
La fe se confirma en el choque con las opiniones contrarias; el fanatismo teme
vacilar ante ellas e intenta ahogarlas. Mientras agonizan sus viejas creencias,
Saúl persigue a los cristianos, con saña proporcionada a su fanatismo; pero
cuando el nuevo credo se afirma en Pablo, la fe le alienta, infinita: enseña y
no persigue, predica y no amordaza. Muere él por su fe, pero no mata; fanático,
habría vivido para matar. La fe es tolerante: respeta las creencias propias en
las ajenas. Es simple confianza en un Ideal y en la suficiencia de las propias
fuerzas; los hombres de genio se mantienen creyentes y firmes en sus doctrinas,
mejor que si éstas fueran dogmas o mandamientos. Permanecen libres de las
supersticiones vulgares y con frecuencia las combaten: por eso los fanáticos
les suponen incrédulos, confundiendo su horror a la común mentira con falta de
entusiasmo por el propio Ideal. Todas las religiones reveladas pueden
permanecer ajenas a la fe del hombre virtuoso. Nada hay más extraño a la fe que
el fanatismo. La fe es de visionarios y el fanatismo de siervos. La fe es llama
que enciende y el fanatismo es ceniza que apaga. La fe es una dignidad y el fanatismo
es un renunciamiento. La fe es una afirmación individual de alguna verdad
propia y el fanatismo es una conjura de huestes para ahogar la verdad de los
demás.
Frente a la
domesticación del carácter que rebaja el nivel moral de las sociedades contemporáneas,
todo homenaje a los hombres de genio que impendieron su vida por la Libertad y
por la Ciencia, es un acto de fe en su Porvenir: sólo en ellos pueden tomarse
ejemplos morales que contribuyan al perfeccionamiento de la Humanidad. Cuando
alguna generación siente un hartazgo de chatura, de doblez, de servilismo,
tiene que buscar en los genios de su raza los símbolos de pensamiento y de
acción que la templen para nuevos esfuerzos.
Todo hombre de genio
es la personificación suprema de un Ideal. Contra la mediocridad, que asedia a
los espíritus originales, conviene fomentar su culto; robustece las alas
nacientes. Los más altos destinos se templan en la fragua de la admiración.
Poner la propia fe en algún ensueño, apasionadamente, con la irás honda emoción,
es ascender hacia las cumbres donde aletea la gloria. Enseñando a admirar el
genio, la santidad y el heroísmo, prepáranse climas propios a su advenimiento.
Los ídolos de cien
fanatismos han muerto en el curso de los siglos, y fuerza es que mueran otros venideros,
implacablemente segados por el tiempo.
Hay algo humano, más
duradero que la supersticiosa fantasmagoria de lo divino: el ejemplo de las
altas virtudes. Los santos de la moral idealista no hacen milagros: realizan
magnas obras, conciben supremas bellezas, investigan profundas verdades.
Mientras existan corazones que alienten un afán de perfección, serán conmovidos
por todo lo que revela fe en un Ideal: por el canto de los poetas, por el gesto
de los héroes, por la virtud de los santos, por la doctrina de los sabios, por
la filosofía de los pensadores.
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